Capitulo: 6

Me quiero en sus brazos. 715 words 2025-04-30 02:56:09

Al día siguiente…

Me levanté como si me hubieran atropellado. Mi cuerpo no respondía. Las piernas eran de gelatina y los brazos de plomo. ¿Y adivinen qué? ¡Hoy hay que volver a abrir!

—Dios, Hellen, creo que me estoy muriendo de verdad esta vez —dije escondiendo la cara entre las manos, en modo drama total, aún metida en cama envuelta en sábanas.

Pero por dentro… a pesar del agotamiento, del dolor en cada fibra de mi cuerpo… me sentía feliz. Tan feliz que hasta me dieron ganas de llorar. Este sueño, esta locura de abrir una heladería con recetas propias, con el apoyo de mi mejor amiga y la ilusión de compartir lo que amo, ¡estaba tomando forma!

Y esto… esto recién empieza.

*Me desperté con un sonido que no supe identificar. ¿Una alarma? ¿Un tren? ¿El apocalipsis? No lo sé. Todo lo que sabía era que mi cuerpo había decidido dejar de cooperar. Sentía que hasta pestañear dolía.*

—Hellen… si hoy me desmayo en plena atención al cliente, dile a mi mamá que la amo —dije, aún enterrada entre las sábanas como un burrito humano.

—¡Cállate dramática! —respondió ella desde la cocina—. ¡Te hice café extra fuerte con azúcar! Es medicina de emergencia.

Me arrastré fuera de la cama como un gato viejo y me dejé caer en una silla. El café olía a gloria. Tomé un sorbo y resucité lentamente como si me hubieran revivido con un hechizo.

—Ok… estoy viva. Medio viva, pero viva.

—Hoy seguro vendrán algunos de los clientes de ayer. Nos fue bien, así que puede que traigan a sus amigos, o sus tías, o a la vecina chismosa de la cuadra —dijo Hellen mientras recogía el cabello en una coleta.

—¡Benditas vecinas chismosas! Si nos recomiendan, les doy doble bola de helado.

Nos vestimos, ajustamos detalles del local, llenamos la vitrina con sabores frescos y reacomodamos los cartelitos con nombres como “Explosión Tropical”, “Cielo de Nutella” y el favorito de Hellen: “Besito de Caramelo”.

Justo antes de abrir, respiré hondo.

—¿Lista para el round dos?

—Siempre lista, jefa —dijo ella con una sonrisa ladeada.

Media hora después…

Las cosas se pusieron intensas. Una fila comenzó a formarse. Algunos ya sabían qué sabor querían. Otros querían probar todo. Un señor se quejaba porque el helado se derretía “muy rápido” (¿será que esperaba que el helado fuera de piedra?). Una niña lloró porque no quería fresa, quería “rosa pastel con brillitos”. Y una señora nos preguntó si el chocolate tenía cacao. Respiré hondo. No grites, no grites.

—Claro, señora, el chocolate tiene… chocolate.

Aun así, vendimos. Mucho. La vitrina empezó a vaciarse. Nos miramos con ojos de guerra: no había descanso. Solo cucharones, risas nerviosas y azúcar volando.

Un rato después, en el pequeño descanso del balcón…

—¿Te conté que el chico del gorro rojo me pidió mi número? —dijo Hellen, sonriendo.

—¿¡QUÉ!? ¿Y SE LO DISTE?

—Obvio no. ¡Le dije que tenía una jefa celosa que se comía a los hombres que la distraían de vender helado!

—Jajajaja… ¡esa soy yo! Bien dicho, mi general.

Nos reímos hasta que nos dolieron las mejillas. El balcón nos daba un respiro, aunque fuera por diez minutos. Desde arriba podíamos ver cómo la gente disfrutaba de los helados, entraba y salía, y eso nos llenaba de una mezcla rara de cansancio, orgullo y emoción.

—Mañana podríamos lanzar un nuevo sabor —dije mirando el cielo.

—¿Cuál?

—Estoy pensando algo con maní, caramelo salado… y un nombre épico.

—¿“El adiós a las piernas”?

—JAJAJA… nombre aprobado.Cierre del segundo día

A eso de las 8 p.m., nos quedamos quietas frente a la vitrina vacía. No había ni una bola de helado. Todo vendido.

—Dime que esto es real y no una alucinación de mi cerebro cansado —susurré.

—Es real. Agotamos existencias. Somos unas diosas del dulce.

Nos abrazamos, cansadas pero eufóricas.

Y aunque mi espalda gritaba, mi alma danzaba.

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